Mario Quinteros

FUE Y ES (Un fuelle)
(2006)

Aire comprimido y sonido liberado. Este es el fenómeno que atrae y fascina en el mundo de los fuelles. No en vano las culturas originarias de nuestro país los adoptaron para sus conciertos de sonido. En Buenos Aires y los grandes centros urbanos, fue el tango el que tomó, haciéndolo suyo con una sincrética naturalidad. Pero lejos de la urbe, las luces y el tráfico, en otros puntos del país, el fuelle fue adoptado por el chamamé, para dibujar con sonidos nuestro paisaje litoral. Ambos géneros musicales son arquetipos en el proceso de sublimar el paisaje para dibujarlo con sonidos, sintetizando todas las migraciones posibles. Esa ligazón entre la tierra y el sonido está plasmada en estos 10 dibujos secuenciados en 20 planos, ejecutados sincrónicamente. Los trazos emergentes se imponen como conexiones nerviosas que chupan del suelo toda la memoria para otorgarle las únicas alas posibles. Una vez alimentada la música en la tierra que la sostiene, la potencia del sonido se transmuta en luz y estalla en el espacio como testimonio de la pura energía que conlleva.
El paulatino desarrollo de dibujos como planos desplegados en el espacio no impide, sin embargo, que la técnica se reedite en los cánones académicos: uso excluyente del lápiz y las barras de grafito, sobre papel. Ningún otro instrumento de impresión o supresión. Una vez más, la dulce contradicción del dibujo acromático se muestra con toda su obscenidad: en esta búsqueda de la luz, sólo contamos con las sombras del grafito. Ahí, donde el destello se hace posible y la energía deja su huella es, casualmente, donde menos interviene el trazo y la trama, los eternos protagonistas de este juego. La magia del dibujo impone sus reglas: hay que administrar las sombras para que la luz necesaria sea definitivamente posible.

DEL TRAMATRAZO AL TRAZOTRAMA
Por Diana Laura Caffaratti
La obra de Mario, se presenta ya entramada, anticipando en el juego de palabras tutelares ese entretejido corpóreo que se puede observar y cuestionar desde diversos juegos semánticos. Mirándolo como un conjunto, o mirándolo como un continuo mosaico de realidades particulares que, sin embargo, tienen un rasgo coherente consigo mismo, con la secuencia anterior, y con la siguiente.Si bien no puedo hablar técnicamente del despliegue y encadenamientos de trazos y tramas, puedo asegurar que resulta grato observar la obra expuesta por Mario Quinteros en el Centro Cultural Borges, en Buenos Aires.Una instalación que cala profundamente. Hace pensar en evoluciones e involuciones, en laberintos, en cómo será su inquieto cerebro por dentro, y cómo trabaja el intelecto artístico. ..En orden y caos, en linealidad, en cimas y simas, en soledad y compañía.Hasta podría decirse que cada secuencia tiene su propio sonido. Difícil explicarlo. Faltan las palabras, o surgen como tímidas aproximaciones: los trazos que afloran ante mis ojos causan sensaciones cinéticas y auditivas…Quizás las de su mano desplazándose sobre el papel, quizás las de su corazón palpitando a veces excitado y otras calmo...Tal vez, el contacto del grafito y los distintos pulsos necesarios para un trazo, dos, mil, millones, o el sonar del tiempo que pasa entre su meditación y el quehacer frente al blanco inmaculado...Sonidos como de sala de laboratorio...Sonidos de sus distintos ritmos respiratorios, sonidos del silencio que se complica con su ensimismamiento o se suelta para enredarse entre las distintas líneas y figuras….Una tímida voz que se esboza, un dúo, un coro y la grandiosidad de todas las voces ascendiendo y vibrando en la atmósfera que cada observación crea.Me agrada ese desfile creciente de distintos pesos del negro encima del blanco, con timidez, con tozudez, con desparpajo, con retraimiento, con fuerza...Cada visión me proporciona una sucesión de ideas incontrolables...Una sinfonía sincrética de la que uno sale enriquecido. Una sinestésica resolución a lo largo de toda la unidad.Ése síntoma es para mí, lo que decreta cuándo estoy frente a una verdadera obra de arte.
Diana Cararatti

Dorsal es una nueva producción de dibujos que asume la luz y sus problemáticas, como eje temático. Sin embargo, más allá del discurso netamente plástico, esta propuesta ratifica la necesidad de proponer un desafio a la mirada, una invitación a mirar desde otro lado, o desde todos los lados posibles.
La luz como tema lleva a dos planos. Por un lado, el objeto: la luz es materia, se puede medir, controlar, afecta los cuerpos y las personas. Por otro lado, la luz como sujeto, como instancia absolutamente personal e individual, que marca fenómenos psíquicos, emotivos, sensoriales.
Masa-materia y energía. Las dos puntas de la luz que dan sentido a todo lo que nos rodea. Porque la luz es materia estos dibujos remarcan la concepción del dibujo como estrategia de ocupación del espacio.
Dorsal remite casualmente a eso: a la estructura que permite ocupar un lugar. Es el armazón que sostiene, al continente. Es la cresta del cuerpo donde pega la luz del sol, que emerge primero, es la sucesión de puntos que sostienen el peso de todos los atlantes. Por ello, los dibujos están concebidos como parte de un todo que se construye, mirada y espacio mediante, con 22 cuerpos, que emergen desde el suelo.
Esta producción marca, además, la necesidad de sincretizar el entorno y sublimarlo en escala acromática. Sabiendo, curiosamente, que en el negro está la negación de todos los colores, justamente cuando es el negro el que se imprime, a través del grafito.
En el otro extremo de la escala, el blanco, lugar impoluto y sagrado, libre de toda intervención, es donde se suman todos los colores. Allí, la luz quedará a disposición de cada uno de los observadores. Una invitación que excede el misterioso juego del arte.

Tramatrazo es una obra de 0,19 por 45 metros de dibujo con grafito sobre papel.

Cuando Mario Quinteros, hace ya un tiempo (antes de que naciera el proyecto de La Línea Piensa) llegó por primera vez a mi casa, en uno de sus viajes que, de tanto en tanto, emprende desde su ciudad, Resistencia, hasta Buenos Aires, me trajo para que la viera una obra que me dejó estupefacto, pero pleno de admiración. Se trataba de la que ahora se expone en esta muestra: un rollo de 50 mts. en el cual se da testimonio de la vida de un dibujo. A partir de una simple línea la obra va complejisándose, llegando a constituir un tejido primero y luego una trama (esta palabra rima con drama) hasta volver a lo que era en su origen una mera línea. Pero lo que tiene este dibujo de extraordinario es que es como un relato de la vida humana. Sin embargo, no hay ni la menor insinuación figurativa. Se puede leer como una cadena de dibujos, cada uno de una riqueza notable y singular, pero, lo cierto, es que el elemento fundamental es que es un solo dibujo transformándose. Ver esta obra es estar oyendo con los ojos una magnífica sinfonía o mirando un film que no se mueve ante nosotros sino que nosotros ante él.
Mario Quinteros es un gran dibujante, que a partir de su elemento preferido -el grafito- explora sus mil ocurrencias, convirtiéndose cada obra en una nueva y desafiante propuesta. En este caso, hemos preferido privilegiar por sus dimensiones y su singularidad al rollo desenrollado.
El concepto de rollo tiene de por si una tradición que nos remonta a la Antigüedad, pero este es un rollo en tiempos de red (o de Internet).
Exponer esta obra ha sido un gran desafío, para lo que se llama montaje de una muestra. Espero que el público sea, a este respecto, benigno con los curadores; porque, no dudo que lo más importante –la obra- no merecerá otra cosa que la admiración.

TRAMATRAZO



Tramar el trazo, trazar la trama es el eje de esta producción de dibujos. Una consigna que a la vez, la define y fundamenta. Una regla que abre abanicos de infinitas posibilidades de dos elementos fundamentales del dibujo: el trazo, como expresión mínima y la trama, como su consecuencia conjugada.
Pero no se trata sólo de trazar la trama –que igualmente siempre devela sus secretos- sino de tramar el trazo en un proceso invertido que permite, a su vez, sumar trama sobre trama… trazo sobre trazo.
Lo micro y lo macro son así estados relativos y volátiles. Por eso esta serie de dibujos juega con los opuestos complementarios, tanto fuera como dentro de lo plástico. Son sólo se conjugan los trazos y las tramas, rectas curvas, lo racional y lo pasional, sino que tanto en un valor como en el otro son visibles acorde a los planos que tomamos.
Esta producción reafirma el reinado del lápiz en el dibujo a la vez que respeta los cánones de la técnica. Y reafirma, por sobre todo, el desafío impostergable de rescatar el dibujo como la expresión plástica basamental, que sostiene como una napa de aguas eternas, al mundo de la pintura, el grado, la escultura, e inclusive la arquitectura, la industria o la estrategia, la cocina o las instalaciones eléctricas.
Reafirma, también, la condición de dibujante como un ser específico dentro del arte. Porque ser dibujante es definirse en la acción, en el camino por recorrer y no por el objeto que se logra. Como ser caminante, estudiante, comediante, la condición de dibujante ese explica sólo en el transcurrir, en el andar, en el hacer.
No hay aquí colores, para los ojos domesticados. Contamos solamente con la luz del papel y la oscuridad del lápiz para disfrutar del blanco como resultado de la inmunidad del negro, como resultado de los excesos.